La semana pasada el líder socialista y candidato a ser el futuro presidente de los españoles, Pedro Sánchez, visitó México. Una visita fugaz y parte de una pequeña gira latinoamericana para establecer contactos con políticos y españoles emigrados. Días antes, el expresidente socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, también nos visitó. Dio una conferencia magistral en un foro bancario, también en la Ciudad de México.
En ambas ocasiones se citó el exilio español tras la Guerra Civil. Un etapa histórica de indudable valor y que merece ser recordada y reconocida, pero también una tabla de salvación para muchos políticos o monarcas cuando vienen a “vernos”.
Sí, hablaré de mi experiencia más reciente. Aunque me temo que, por lo menos en México, el caso es generalizable.
Pedro Sánchez dio unas escuetas declaraciones el sábado tras realizar una ofrenda floral al expresidente mexicano Lázaro Cárdenas, quien durante su mandato recibió a miles de españoles que huían del franquismo. Recordó la bondad mexicana, la hermandad de décadas entre ambas naciones y aplaudió la bravura de los exiliados de antaño.
También se tomó fotos con señoras muy elegantes y agradecidas. Felices de ver al líder socialista y tomándose alguna que otra instantánea con él. A continuación, se fue al Ateneo Español en una reunión privada y de carácter distendido.
En sus declaraciones, Sánchez habló de los exiliados políticos de antes y los emigrantes económicos de ahora. Y dijo que de ganar las elecciones montaría un plan de retorno para jóvenes expatriados, subiría el presupuesto al I+D y evitaría la fuga de talentos. También dio a entender que entendía la pena de muchos padres y madres.
Y aquí fue cuando me pregunté: Si tanto se preocupan los políticos por nosotros… ¿por qué en estas visitas a México no nos contactan directamente?
En México hay miles de españoles jóvenes. Algunos con buenas condiciones y otros que llegan con una mano delante y otra detrás. Sin embargo, y hablo por lo que me ha tocado, cuando vienen acá los políticos españoles de turno siempre quedan con exiliados e hijos de exiliados.
Para no faltar a la verdad, el viernes Sánchez hizo un evento abierto al público en general, pero… ¿quién se enteró? (Yo, que trabajo de periodista, supe un día antes de su llegada que el socialista nos visitaba).
El ejemplo de este líder no es el único, si Zapatero tras dar la conferencia a los banqueros se fue por donde había venido tras reconocer algunos errores en la gestión de la crisis, cuando los Reyes de España nos visitaron hace unos meses, me parece recordar que sus encuentros con la comunidad española también fueron de lo más light.
“Son los mismos viejillos de siempre”, me dijo el otro día una amiga que había estado en varios de estos actos.
¿Por qué no nos buscan, directamente, para reunirnos y preguntarnos cómo nos va? ¿Por qué si nos citan en sus discursos, con mayor o menor énfasis, luego son incapaces de confrontarnos? ¿Somos emigrantes invisibles? ¿Tan doloroso es reconocer que nos hemos sentido tan abandonados en nuestro propio país que nos hemos ido? ¿Tanto les asusta tener que escuchar nuestras críticas? ¿Tanto miedo les damos?
Es fácil girar la cara. Pero aquí seguimos. Y sí, muchos estamos muy cabreados con el Gobierno de España. Da igual ser de derechas, de izquierdas, de centro o anarquista convencido.
Mientras vivimos lejos de los nuestros por esta poderosa mezcla de decisión y obligación hemos visto como decenas de casos de corrupción se destapaban en nuestro país. Y como muchos políticos han salido quemados de todo ello, aunque también con los bolsillos muy llenos.
Hemos visto como nuestros amigos siguen marchándose a pesar de que los políticos dicen que ya acabó la crisis.
Así que el otro día, cuando aguantaba mi grabadora frente a Pedro Sánchez no podía creérmelo. Como no me creo a casi nadie de la clase política. Y me mordí el labio para no soltar algún improperio, y me tembló la barbilla y las manos cuando habló de “los padres” que tienen hijos exiliados. Algo me dice que sus hijos no correrán la misma “suerte” de periplo.
Y entonces solo deseé que viera en mis ojos todo mi resentimiento acumulado. Y que ya que no nos invitan a estas reuniones de exiliados por lo menos entendiera que a miles de kilómetros de donde nacimos hay muchos que se sienten como yo. Adoloridos.
Qué tristeza.